Para desarrollar cualquier actividad o mejorar una capacidad no existen métodos mágicos instantáneos como introducir un programa en tu cerebro y decir que ya sabes kung fu.
Sí, es cierto que puedes aprender mucha teoría hasta el punto de petarte la almendra, pero por lo general todo va ligado a la práctica y la repetición. En el caso de las artes marciales o el baile puedes conocer al dedillo los movimientos y, aún así, tu cuerpo necesita realizarlos miles de veces hasta desarrollar la memoria corporal por la que saldrán solos y perfectamente ejecutados.
Así que para desarrollar la creatividad hay que practicarla y ser constantes. Y, como sucede en la inmersión de cualquier actividad, lo ideal es llegar a ese punto en el que se fusiona de forma natural con tu vida y forma parte de ti. Además, buenas noticias: es mucho más fácil que integrar en tu vida las artes marciales (a menos que tengas por costumbre cabrear a todos los dojos de la ciudad o seas Jackie Chan y conviertas en un espectáculo hasta atarte los zapatos). ¿Conoces esa extraña sensación cuando te haces daño en una pierna, tienes que andar con muletas y de pronto parece que todo el mundo a tu alrededor va escayolado o lesionado? ¿O que surge el tema del embarazo y ves niños por todas partes? Bueno, pues igual no se trata de obsesionarse con el tema, pero tendrás mucho ganado si a lo largo del día te topas con fragmentos de información que activen tu imaginación y dedicas un tiempo a idear historias o jugar con ellos de forma consciente. Puntos extra para quien haya pensado en vacas u ovejas cuando he dicho «mucho ganado».
La mente creativa se caracteriza por ser especialmente abierta e inconformista. Si no desestimamos muchas de las ideas que se dan por absolutas o únicas, no innovaríamos. Aceptaríamos las cosas como son y nos quedaríamos haciendo siempre lo mismo. Por eso, el primer paso es romper con lo establecido, cuestionarlo todo, añadir un «¿Y si…?» a cada situación y evitar los prejuicios. No estoy diciendo que lo mandes todo a la mierda y escribas un manifiesto anarquista. Además, los prejuicios no son malos per se. Al igual que sucede con muchos tópicos e ideas socialmente aceptadas, nos hacen la vida más fácil a nivel superficial para no bloquearnos pensando cada posibilidad y acabar siendo incapaces de decidir. Pero quedarnos en la superficie de las cosas es, cuanto menos, descuidado y perezoso. Y un buen escritor no puede ser ninguna de estas dos cosas.
Los que me conocen saben que casi siempre llevo puestos en cada pie un calcetín de distinto color. Los que lo descubren se asombran y yo me asombro de que se asombren. ¿Que por qué lo hago? ¿Por qué no? ¿Por qué someterse a la tiranía de la simetría con la ropa interior? ¿O por qué perder el tiempo juntando calcetines que, una vez puestos, no eres capaz de distinguir si son diferentes o no? Vale, igual también es porque soy descuidado y perezoso, pero no se lo digáis a nadie. Vivo mucho más feliz desde que lo hago. Lo importante es ese «¿Por qué no?» nacido de cuestionarme todo. Y, créeme, si pretendes crear mundos que no sean calcos del que has conocido, vas a tener que preguntarte constantemente qué habría sucedido si la gente hubiera hecho o dejado de hacer lo que hacemos nosotros.
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